Los viajes largos por carretera siempre están llenos de
cosas interesantes, ya no solo los paisajes cambiantes si no la cantidad de
cosas que puedes ver siendo un poco observador.
Posiblemente el viaje más fascinante que he hecho por carretera
hasta ahora fue por el Tíbet camino del Campamento Base Norte del Everest. Un
viaje por el altiplano tibetano en el que miraras donde miraras encontrabas
algo que te llamaba la atención, pero también observabas con fascinación y admiración
la vida de los tibetanos fuera de las ciudades, dura pero tranquila.
En la última etapa del viaje tuvimos que hacer una parada
por requerimiento de las autoridades chinas, revisión de papeles rutinaria,
tocaba bajarse del coche para enseñar el permiso y los pasaportes. Al abrir la
puerta un grupo de niños esperaba justo enfrente, durante el trayecto ya habíamos
visto que los niños se arremolinan alrededor de los turistas en una mezcla de
curiosidad y la posibilidad de obtener cosas o comida que raramente pueden ver
en su vida normal.
Ahí frente a mí una pequeña niña me miraba y extendía su
mano, no supe que hacer, en ese momento los soldados chinos requerían de
nuestra presencia en el puesto de control y todo mi equipaje iba en la mochila
en el maletero del 4x4, solo tenía en mi asiento una botella de agua y una
pequeña bolsa de pistachos que llevaba conmigo para el viaje. Por gestos le
dije a la niña y a otro niño que se había acercado que hicieran un cuenco con
sus dos pequeñas manos y les vacié la bolsa por completo en ellas, acto seguido
mire si podía darles algo mas pero ya no tenía nada a mi alcance y ya habían entrado
todos en la caseta del ejercito por lo que cerré la puerta del coche toque
cariñosamente la cabeza de los niños y fui al puesto de control.
Al salir observé una imagen que se me ha quedado para
siempre en la cabeza, los dos niños se habían acercado a sus amigos y compartían
los pistachos con los demás, la niña iba vaciando un poco de los suyos en las
manos de los demás que esperaban pacientes sin peleas. Me quedé observándolos los
pocos segundos que pude hasta que el coche arranco de nuevo y se quedaron atrás.
Avanzábamos por paisajes increíbles y cada vez teníamos más cerca el imponente
Everest, pero en mi cabeza aún seguía la fascinación por la humildad y
hospitalidad que los tibetanos nos habían brindado durante todo el viaje.
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