jueves, 7 de julio de 2016

EN ALGÚN LUGAR DE LA CARRETERA DE LA AMISTAD (TIBET - CHINA)

Los viajes largos por carretera siempre están llenos de cosas interesantes, ya no solo los paisajes cambiantes si no la cantidad de cosas que puedes ver siendo un poco observador.
Posiblemente el viaje más fascinante que he hecho por carretera hasta ahora fue por el Tíbet camino del Campamento Base Norte del Everest. Un viaje por el altiplano tibetano en el que miraras donde miraras encontrabas algo que te llamaba la atención, pero también observabas con fascinación y admiración la vida de los tibetanos fuera de las ciudades, dura pero tranquila.

En la última etapa del viaje tuvimos que hacer una parada por requerimiento de las autoridades chinas, revisión de papeles rutinaria, tocaba bajarse del coche para enseñar el permiso y los pasaportes. Al abrir la puerta un grupo de niños esperaba justo enfrente, durante el trayecto ya habíamos visto que los niños se arremolinan alrededor de los turistas en una mezcla de curiosidad y la posibilidad de obtener cosas o comida que raramente pueden ver en su vida normal. 

Ahí frente a mí una pequeña niña me miraba y extendía su mano, no supe que hacer, en ese momento los soldados chinos requerían de nuestra presencia en el puesto de control y todo mi equipaje iba en la mochila en el maletero del 4x4, solo tenía en mi asiento una botella de agua y una pequeña bolsa de pistachos que llevaba conmigo para el viaje. Por gestos le dije a la niña y a otro niño que se había acercado que hicieran un cuenco con sus dos pequeñas manos y les vacié la bolsa por completo en ellas, acto seguido mire si podía darles algo mas pero ya no tenía nada a mi alcance y ya habían entrado todos en la caseta del ejercito por lo que cerré la puerta del coche toque cariñosamente la cabeza de los niños y fui al puesto de control.

Al salir observé una imagen que se me ha quedado para siempre en la cabeza, los dos niños se habían acercado a sus amigos y compartían los pistachos con los demás, la niña iba vaciando un poco de los suyos en las manos de los demás que esperaban pacientes sin peleas. Me quedé observándolos los pocos segundos que pude hasta que el coche arranco de nuevo y se quedaron atrás. Avanzábamos por paisajes increíbles y cada vez teníamos más cerca el imponente Everest, pero en mi cabeza aún seguía la fascinación por la humildad y hospitalidad que los tibetanos nos habían brindado durante todo el viaje.



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